21 may 2020

DESPEDIDA DE CURSO

Al despedir este curso son muchos los sentimientos que se agolpan en nuestra mente. Un final marcado, ineludiblemente, por el coronavirus. Lo vimos como algo lejano primero, como algo que podía afectarnos después, y llegó a marcar nuestras vidas sin casi saber cómo había sucedido.

Hay opiniones y teorías para todos los gustos, pero tratando de no perdernos y de ir a lo fundamental me atrevo a afirmar que nuestra sociedad ha vivido un impacto en su línea de flotación, esta sociedad avanzada del siglo XXI, segura de sus avances tecnológicos y su objetivo de bienestar. Quizás es que nuca aprendemos de nuestra historia o de nuestra cultura.

Veamos: En el programa de Literatura Universal leemos todos los años el “Decamerón” de Boccaccio donde diez jóvenes salen de la ciudad de Florencia huyendo de la peste negra que se declaró en 1348. Conviven en el campo y cuentan historias para entretenerse. La más famosa epidemia jamás conocida, acabó con un tercio de la población de Europa y se repitió en sucesivas oleadas hasta 1490, llegando finalmente a matar a unos 200 millones de personas. Ninguno de los brotes posteriores alcanzó la gravedad de la epidemia de 1348.

Dan Brown escribió en el 2013 “Inferno” en el que un científico trata de salvar a la humanidad propagando un virus que mate a un tercio de sus habitantes porque los siete mil millones de vidas no pueden seguir aumentando. La tierra no admite más.

O la película “Estallido” de 1995 con un grupo de actores fantástico tratando de parar un virus procedente de África y donde las autoridades militares pretenden bombardear el foco como único medio de evitar su propagación mundial.

¿De verdad nos creíamos ya intocables?

Nos ha golpeado duro, muy duro. Se ha llevado por delante muchas vidas, muchos puestos de trabajo, muchos negocios de personas emprendedoras e ilusionadas…pero también nos ha dejado muchas enseñanzas.

La primera, que en un mundo globalizado como el nuestro, los problemas de cualquier ciudad o país del mundo es también nuestro problema, queramos o no. No vivimos en una burbuja y haríamos bien en tratar de abrir nuestras mentes a todos los pueblos, razas, culturas y condiciones porque el mundo mejora de manera global y decae de manera conjunta. Quizás es tiempo de reflexionar sobre el error de seguir levantando muros y fronteras, reales o simbólicas. No podemos dudar de que la separación no nos aísla del mal, sino que simplemente prorroga lo que es inevitable: que la solución de los problemas del ser humano es conjunta.

La segunda: Que el ser humano lleva dentro de sí una fuerza incalculable que aflora en los peores momentos. En estos últimos meses hemos dado otro significado a palabras como “solidaridad”, “amistad”, “unidad”, “ayuda”, “entrega” y tantas otras que cada cual tiene en mente. Han sido meses de intimidad y también de un encuentro que algunos llaman virtual, pero que ha sido muy intenso y real con seres queridos lejanos, con amigos con quienes hacía tiempo no hablábamos, con esos libros aplazados, con otra forma de cuidar nuestro cuerpo, y no solo por las novedades culinarias caseras, que también, sino por cientos de forma de hacer deporte en espacios improvisados. Hemos abierto nuestra mente al mundo a través de las redes y hemos visto un mundo distinto, una naturaleza agradecida, miles de balcones habitados por las mismas personas a las que apenas veíamos en el ascensor y decíamos “buenos días”. De repente se han convertido en  nuestros hermanos y cómplices en los aplausos agradecidos a miles de sanitarios sacrificados que arriesgaban sus vidas por los demás. Hemos apreciado el trabajo de personas cuyos servicios se nos han tornado imprescindibles, revalorizando el significado de oficios a los que habitualmente miramos de soslayo y nunca elegiríamos para nuestros hijos. Hemos cantado viendo salir a personas que esperaban ilusionadas que llegaran las ocho de la tarde, personas mayores que se arreglaban exclusivamente para ese momento de encuentro con sus vecinos. Muy hermoso.

Hemos aprendido mucho. Y nosotros, como padres y profesores, hemos afrontado una nueva realidad. Los sistemas educativos no son exclusivos ni cerrados. Son flexibles y cuentan con interpretaciones metodológicas inexploradas y maravillosas que están esperando la oportunidad de abrirse paso.

No hemos estado más distantes de nuestros alumnos sino todo lo contrario. Hemos visto trabajar a chicos y educadores como nunca. Nos hemos adaptado como solo nuestro mundo educativo sabe hacerlo, porque cada día, cada curso es una experiencia nueva. Cada clase y cada asignatura es un mundo distinto. No es una novedad saber adaptarnos, pero sí lo es hacerlo desde un espacio distinto a los centros educativos. Nunca, antes, había sucedido. Sin embargo, cuántos alumnos agradecerán estos nuevos descubrimientos. Desde los chicos que habitan pequeños pueblos de las montañas y han de recorrer decenas de kilómetros para llegar a la escuela. O que quedan aislados, o enfermos. La tecnología nos ha enseñado que puede salvar distancias y barreras de todo tipo.

¡Cuánto hemos aprendido! Al menos, déjenme decir, cuánto deberíamos haber aprendido. Desde aquella peste negra han pasado siete siglos y seguimos leyendo sobre ella. Nuestra cultura dejará impresa esta crisis sanitaria durante siglos. ¿Qué se dirá de ella en los libros, en el cine, en cuadros y esculturas? ¿cómo volveremos en septiembre?

Pero ha habido más situaciones impactantes que no puedo obviar. La muerte de nuestro querido compañero y amigo Sergio López ha sido un duro golpe para toda la comunidad educativa. Se han escrito mensajes de mucho cariño que aconsejo leer para recordar su memoria y la grandeza de una persona entregada al colegio, a su espíritu educativo y a su identidad. Pero sobre todo a su ser como persona. Con él el voluntariado y la acción social se vieron elevados en grado sumo proporcionando bienestar a muchas personas y generando en los propios chicos una realización personal que llevarán siempre consigo.

El fallecimiento de Laura Arriazu, quien llenaba los pasillos con una inmensa sonrisa y nos alegraba a todos. Recordada y querida desde que abandonó físicamente el colegio porque nunca nos dejó del todo y se acercaba como otros muchos antiguos alumnos a recordar su colegio y a sus educadores.

Y por último la noticia del cierre de la Comunidad de los padres jesuitas, marchando de Tudela a otros destinos. Han sido muchos años conviviendo juntos y trabajando en esta tarea educativa que ellos nos han encomendado. Hace ya muchos años que decidieron compartir esta tarea con los seglares, la Misión Compartida. Recuerdo con mucho cariño a cada uno de ellos en el colegio, en sus despachos, en los cursos de formación, en encuentros y convivencias, congresos… y también a algunos en el cementerio de Loyola y me emociono profundamente.

Solo podemos decir que trataremos de ser dignos trasmisores de su identidad desde nuestra tarea diaria en el querido colegio de Tudela y donde quiera que vayamos, porque eso, como decíamos de Sergio, se lleva muy dentro e impregna toda nuestra vida y nuestro ser. GRACIAS.

Gracias también desde aquí al equipo directivo, cuya tarea ha resultado fundamental estos meses. Lo han hecho muy bien.

Gracias a las familias, sin cuyo apoyo habría resultado imposible sacar toda esta labor adelante.

Y muchísimas gracias a nuestros alumnos que han trabajado con ahínco y luchado como cosacos, que han seguido las directrices y nos han perdonado nuestros errores. Este año tan especial no han disfrutado de celebraciones tan arraigadas y esperadas, pero saben que todo ello habita en nuestros corazones y tendremos ocasión de cantar bajo la orla y les podremos desear toda la suerte del mundo para su andadura fuera del colegio.

Gracias a todos, en definitiva y que todo se solucione pronto y podamos disfrutar de un verano distinto, pero igualmente único y maravilloso. Nos vemos en muy poquito tiempo.

Jesús Nieva

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escriba aquí su comentario