Al despedir este
curso son muchos los sentimientos que se agolpan en nuestra mente. Un final
marcado, ineludiblemente, por el coronavirus. Lo vimos como algo lejano
primero, como algo que podía afectarnos después, y llegó a marcar nuestras
vidas sin casi saber cómo había sucedido.
Hay opiniones y
teorías para todos los gustos, pero tratando de no perdernos y de ir a lo
fundamental me atrevo a afirmar que nuestra sociedad ha vivido un impacto en su
línea de flotación, esta sociedad avanzada del siglo XXI, segura de sus avances
tecnológicos y su objetivo de bienestar. Quizás es que nuca aprendemos de
nuestra historia o de nuestra cultura.
Veamos: En el
programa de Literatura Universal leemos todos los años el “Decamerón” de
Boccaccio donde diez jóvenes salen de la ciudad de Florencia huyendo de la
peste negra que se declaró en 1348. Conviven en el campo y cuentan historias
para entretenerse. La más famosa epidemia jamás conocida, acabó con un tercio de la población de
Europa y se repitió en sucesivas oleadas hasta 1490, llegando finalmente a
matar a unos 200 millones de personas. Ninguno de los brotes posteriores
alcanzó la gravedad de la epidemia de 1348.
Dan Brown escribió en el 2013 “Inferno” en el que un
científico trata de salvar a la humanidad propagando un virus que mate a un
tercio de sus habitantes porque los siete mil millones de vidas no pueden
seguir aumentando. La tierra no admite más.
O la película “Estallido” de 1995 con un grupo de actores
fantástico tratando de parar un virus procedente de África y donde las
autoridades militares pretenden bombardear el foco como único medio de evitar
su propagación mundial.
¿De verdad nos creíamos ya intocables?
Nos ha golpeado duro, muy duro. Se ha llevado por delante
muchas vidas, muchos puestos de trabajo, muchos negocios de personas emprendedoras
e ilusionadas…pero también nos ha dejado muchas enseñanzas.
La primera, que en un mundo globalizado como el nuestro, los
problemas de cualquier ciudad o país del mundo es también nuestro problema,
queramos o no. No vivimos en una burbuja y haríamos bien en tratar de abrir
nuestras mentes a todos los pueblos, razas, culturas y condiciones porque el
mundo mejora de manera global y decae de manera conjunta. Quizás es tiempo de
reflexionar sobre el error de seguir levantando muros y fronteras, reales o simbólicas.
No podemos dudar de que la separación no nos aísla del mal, sino que
simplemente prorroga lo que es inevitable: que la solución de los problemas del
ser humano es conjunta.
La segunda: Que el ser humano lleva dentro de sí una fuerza
incalculable que aflora en los peores momentos. En estos últimos meses hemos dado
otro significado a palabras como “solidaridad”, “amistad”, “unidad”, “ayuda”,
“entrega” y tantas otras que cada cual tiene en mente. Han sido meses de
intimidad y también de un encuentro que algunos llaman virtual, pero que ha
sido muy intenso y real con seres queridos lejanos, con amigos con quienes
hacía tiempo no hablábamos, con esos libros aplazados, con otra forma de cuidar
nuestro cuerpo, y no solo por las novedades culinarias caseras, que también,
sino por cientos de forma de hacer deporte en espacios improvisados. Hemos
abierto nuestra mente al mundo a través de las redes y hemos visto un mundo
distinto, una naturaleza agradecida, miles de balcones habitados por las mismas
personas a las que apenas veíamos en el ascensor y decíamos “buenos días”. De
repente se han convertido en nuestros hermanos
y cómplices en los aplausos agradecidos a miles de sanitarios sacrificados que
arriesgaban sus vidas por los demás. Hemos apreciado el trabajo de personas
cuyos servicios se nos han tornado imprescindibles, revalorizando el
significado de oficios a los que habitualmente miramos de soslayo y nunca
elegiríamos para nuestros hijos. Hemos cantado viendo salir a personas que
esperaban ilusionadas que llegaran las ocho de la tarde, personas mayores que
se arreglaban exclusivamente para ese momento de encuentro con sus vecinos. Muy
hermoso.
Hemos aprendido mucho. Y nosotros, como padres y profesores,
hemos afrontado una nueva realidad. Los sistemas educativos no son exclusivos
ni cerrados. Son flexibles y cuentan con interpretaciones metodológicas
inexploradas y maravillosas que están esperando la oportunidad de abrirse paso.
No hemos estado más distantes de nuestros alumnos sino todo
lo contrario. Hemos visto trabajar a chicos y educadores como nunca. Nos hemos
adaptado como solo nuestro mundo educativo sabe hacerlo, porque cada día, cada
curso es una experiencia nueva. Cada clase y cada asignatura es un mundo
distinto. No es una novedad saber adaptarnos, pero sí lo es hacerlo desde un
espacio distinto a los centros educativos. Nunca, antes, había sucedido. Sin
embargo, cuántos alumnos agradecerán estos nuevos descubrimientos. Desde los
chicos que habitan pequeños pueblos de las montañas y han de recorrer decenas
de kilómetros para llegar a la escuela. O que quedan aislados, o enfermos. La
tecnología nos ha enseñado que puede salvar distancias y barreras de todo tipo.
¡Cuánto hemos aprendido! Al menos, déjenme decir, cuánto
deberíamos haber aprendido. Desde aquella peste negra han pasado siete siglos y
seguimos leyendo sobre ella. Nuestra cultura dejará impresa esta crisis
sanitaria durante siglos. ¿Qué se dirá de ella en los libros, en el cine, en
cuadros y esculturas? ¿cómo volveremos en septiembre?
Pero ha habido más situaciones impactantes que no puedo
obviar. La muerte de nuestro querido compañero y amigo Sergio López ha sido un
duro golpe para toda la comunidad educativa. Se han escrito mensajes de mucho
cariño que aconsejo leer para recordar su memoria y la grandeza de una persona
entregada al colegio, a su espíritu educativo y a su identidad. Pero sobre todo
a su ser como persona. Con él el voluntariado y la acción social se vieron elevados
en grado sumo proporcionando bienestar a muchas personas y generando en los
propios chicos una realización personal que llevarán siempre consigo.
El fallecimiento de Laura Arriazu, quien llenaba los pasillos
con una inmensa sonrisa y nos alegraba a todos. Recordada y querida desde que
abandonó físicamente el colegio porque nunca nos dejó del todo y se acercaba
como otros muchos antiguos alumnos a recordar su colegio y a sus educadores.
Y por último la noticia del cierre de la Comunidad de los
padres jesuitas, marchando de Tudela a otros destinos. Han sido muchos años
conviviendo juntos y trabajando en esta tarea educativa que ellos nos han encomendado.
Hace ya muchos años que decidieron compartir esta tarea con los seglares, la
Misión Compartida. Recuerdo con mucho cariño a cada uno de ellos en el colegio,
en sus despachos, en los cursos de formación, en encuentros y convivencias,
congresos… y también a algunos en el cementerio de Loyola y me emociono
profundamente.
Solo podemos decir que trataremos de ser dignos trasmisores
de su identidad desde nuestra tarea diaria en el querido colegio de Tudela y
donde quiera que vayamos, porque eso, como decíamos de Sergio, se lleva muy
dentro e impregna toda nuestra vida y nuestro ser. GRACIAS.
Gracias también desde aquí al equipo directivo, cuya tarea ha
resultado fundamental estos meses. Lo han hecho muy bien.
Gracias a las familias, sin cuyo apoyo habría resultado
imposible sacar toda esta labor adelante.
Y muchísimas gracias a nuestros alumnos que han trabajado con
ahínco y luchado como cosacos, que han seguido las directrices y nos han
perdonado nuestros errores. Este año tan especial no han disfrutado de
celebraciones tan arraigadas y esperadas, pero saben que todo ello habita en
nuestros corazones y tendremos ocasión de cantar bajo la orla y les podremos
desear toda la suerte del mundo para su andadura fuera del colegio.
Gracias a todos, en definitiva y que todo se solucione pronto
y podamos disfrutar de un verano distinto, pero igualmente único y maravilloso.
Nos vemos en muy poquito tiempo.
Jesús Nieva
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